Cuqui MR
Yo MR

INTRODUCCIÓN

Hace unos meses, tras la publicación de la obra “Antonio González Muñoz. La complicada sencillez de un artista bohemio”, que tuve la suerte de firmar sobre la vida de este ilustre rondeño, el protagonista del relato me entregó una serie de grabados de su autoría, que reflejaban diferentes paisajes, rincones y vistas de Ronda. Su voluntad era que con ellos dibujara yo, a mi vez, con palabras esas mismas ilustraciones, que pudieran dar en un futuro más o menos próximo, realidad a un nuevo libro sobre nuestra querida y maravillosa ciudad.
Los proyectos en los que andaba entonces ocupado me impidieron comenzar inmediatamente la tarea, que ahora asumo como un reto, pues eso es lo que supone para mí hablar de Ronda y hacerlo al lado de un maestro como “El Cuqui”. Barajando diferentes opciones, dimos en la idea de llamar a esta obra con el clásico título de “Estampas de Ronda”, porque eso es lo que quiere ser, una serie de escenas que representen lo más característico y profunda de nuestra tierra, de una forma gráfica y de una manera escrito, como dos formas de acercamiento a una realidad, que ya es mítica en el mundo entero.
Antonio es un artista que trabaja rápido, porque su técnica se lo permite y tiene una intuición que convierte rápidamente en poesía todo aquello que toca, pues lo hacer brotar de su mismo centro, sin que pueda aparecer como impostado y hecho para la ocasión. Hay mucho amor en sus obras y mucha improvisación, en el sentido, de captar el momento sin ambages, como una impronta del instante, como una actualidad eterna.
He dejado que sea él quien encuentro los lugares, para someterme, a remolque, a la apasionante tarea de sacar de mis adentro lo que ellos me sugieren, o de lo que ellos sé o lo su imagen y recuerdo me hace sentir. Es la Ronda de ayer, de hoy y de siempre, que permanece en su esencia, aunque se transforme mínimamente en su atavío exterior como fruto de su adaptación a los tiempos de cada época. Una Ronda hoy, cosmopolita y deseada; no hace tanto, escondida y olvidada. Pero siempre hermosa realidad que sale al encuentro, sin necesidad de ir a buscarla.
Ronda como centro de gravedad de una comarca olvidada por los que administran la cosa pública y por los que han de crear riqueza. Ronda, maravillosamente perdida en la sierra y lamentablemente abandonada por quienes no ven en su zona de influencia un granero de votos suficiente para emprender su imprescindible desarrollo. Ronda en los corazones no debe hacernos olvidar su triste realidad de lugar relegado no más que a ser mirado, manoseador y degradado por una acumulación irracional de turistas inconscientes de lo que ven sus ojos. Ronda necesita algo más que eso, pues corre el riesgo, no solo de perder su identidad, sino de convertirse en un cementerio de ilusiones sin futuro ni horizontes. Turismo, sí; sería demasiado egoísta por nuestra parte querer tanta belleza para nosotros solos, que con orgullo nos encanta mostrar a los visitantes, pero no solo eso. Ronda merece algo más, mucho más.

Antonio González Muñoz, El Cuqui

Cuqui

Guitarrista flamenco, de los de pellizco y alma propia. Creador de sus interpretaciones, que desarrolla en cada caso en función de las circunstancias del momento y de la propia inspiración. Pintor de reconocido prestigio en Japón, donde desarrolló la mayor parte de su obra. Bohemio de amplio espectro, que huye de las mercancias y los materialismos diversos. Ser cabal y desinteresado, entrañable y auténtico.

José María Tornay Ruiz

Yo

Músico desde que lo subieron a una mesa para cantar «Campanera». Actor meritorio, que hace lo que puede con cariño y corazón. Compositor, que intenta aprehender de la realidad todo aquello que se deja coger. Escritor de textos cercanos y directos, que buscan siempre llegar, si no al alma, al menos a la razón de los lectores. Y sobre todas las cosas, aspirante a ser considerado por una gran mayoría como una buena persona.

ÍNDICE

  1. INTRODUCCIÓN
  2. LOS AUTORES
  3. PRELUDIO
  4. LA PLAZA DEL CAMPILLO
  5. LA PLAZA DUQUESA DE PARCENT

 

 

ÍNDICE

PRELUDIO

Cuando se desnuda el alma; desnuda de verdad. Desnuda hasta dejar su espejo como una tabla rasa. Sin nada. Ni fuego ni temores; ni ausencias ni miedos. Cuando puedes mirar con la inocencia de un niño, con la candidez de una flor, con la pureza de unos ojos limpios. Cuando consigues estar solo; solo de verdad. Con la soledad de un náufrago feliz, desterrado dentro de tu ausencia. Sin nadie. Sin ti. Cuando se desnuda el alma, desnuda de verdad. Entonces, solo entonces estás en condiciones de soñar lo vivido por otros, de alcanzar los sueños de otros tiempos, de llorar por la música callada del recuerdo, de vibrar con los sones sagrados que cantan las cosas pequeñas preñadas de historia. De esas cosas que colman mi tierra. Esas cosas que tienen también alma dentro. Un alma henchida de bienes invisibles para los ojos que no vuelan desnudos. Un alma repleta de bienes ansiosos por alcanzar tu alma, si está desnuda. Desnuda de verdad.
Con esa voluntad de desnudez, de ausencia de prejuicios, nos acercamos Antonio y yo a estos rincones, a estos personajes, a estos temblores visibles e invisibles de Ronda.

RONDA

Como caída del cielo
en medio de la montaña,
de una forma natural,
lo mismo que cae el agua,
Ronda, encima de su tajo
por la roca se derrama;
sueño de dioses que sueñan
una celestial morada.
Tus murallas son las huellas
de una historia atormentada:
¡qué tiernas gentes sensibles
han dado tus duras lágrimas!
¿En quién no florece un verso
cuando despiertas al alba?
¿Quién no se siente infinito
cuando el sol, triste, se marcha?
Los poetas que te encuentran
han hurgado en tus entrañas;
buscan tu arcano misterio,
te han vestido con palabras,
palabras de amor que laten
en tu profunda garganta.
Por ti no pasan los siglos,
suspendida en tu atalaya.
Ronda, de espaldas al tiempo,
permanentemente clásica:
eterna quietud cambiante
sin alterar su sustancia,
como una diosa de piedra,
de piedra con luz y alma.

MI TIERRA
Esta tierra de mi infancia,
cálida, fértil, quebrada
tiene la sangre agotada
de regalar su abundancia.

Tierra firme, tierra santa
de este Sur abandonado,
por los dioses olvidado,
por tanta injusticia, tanta.

Ella guarda el frágil barro
que puso en pie mi esqueleto,
sobre incómodos guijarros
y entre espinos majoletos.

Llevo dentro sus trigales
y ella encierra mis angustias:
juveniles, torpes, mustias
zozobras primaverales.

Ella me ha dado el sabor
agridulce de su seno,
esa matriz del terreno
que te arrulla en su calor.

Yo le he devuelto canciones,
lágrimas, sueños, sudor
y muchos gramos de amor
y algunas desilusiones.

y un gran canasto de fallos
y toneladas de dudas
y mis verdades desnudas
que por dignidad me callo.

Y en perfecta convivencia
unimos ambos destinos:
yo, construyendo caminos,
ella, forjando mi esencia.

ARCO DE FELIPE V

Arco Felipe V R

Un arco forgado por la historia, pero cargado de leyendas, fábulas, mitos y ficciones. Pasar por debajo de su estructura es adentrarse en un mundo de fantasmas y visiones de tiempos distantes y lóbregos, de ambientes oscuros y de rincones lúgubres y tenebrosos. Y adherido a él como una prolongación imprescindible el nunca bien ponderado “Sillón del moro”, refugio de enamorados desque aquellos años que mediaban el siglo XVIII cuando se construyó para honrar al monarca que tomaba posesión del cetro. Por el tiempo en que fueron erigidos, sillón y arco, pocos moros tendrían ocasión de disfrutarlos, pero las leyendas, ya sabenmos, tienen bastante más fuerza y poderío que la historia verdadera.


Sus tres pináculos apuntan al cielo como tres estiletes en busca de unos horizontes celestiales, imposibles de alcanzar aquí en la Tierra. Vecino del Puente Viejo, el Arco de Felipe V destila su misma prosapia decadente y noble, ese aire distinguido de las cosas antiguas, pero que siguen sin ser viejas.


Puerta monumental, que da entrada a otra monumentalidad, la de la Ronda vieja de La Ciudad, la de la nueva Ronda del Mercadillo, que se vincula a aquella a través de ese ingenio elegante y esplendoroso del Puente Nuevo.


Enmarcada por el ojo del arco, la iglesia de Padre Jesús, símbolo del Barrio de los “Ocho Caños” parece aún más de lo que es. Como bien puntualizara Ortega y Gasset, muchas veces el marco oscurece la pintura, pero siempre, siempre, la magnifica y la acentúa, llamando la atención sobre la misma. Este es el caso.


Nexo de unión de mi patria,
el barrio de La Ciudad,
con el viejo Hoyo del Bote,
otra patria cenital,
de una Ronda que te invade
sin remedio y sin piedad.
Ronda que colma los ojos,
Ronda, grandeza solar,
Luna que enciende la noche,
cielo que invita a soñar.