Ser humano
SER HUMANO
Datos y argumentos para un estudio más profundo y pormenorizado de nuestra soledad radical. Serán apuntes, que espero reciban en su momento el desarrollo que merecen y exigen. De momento, en esta página los enumero como una propuesta para pensar, como una invitación a la reflexión, como una forma de no dejar en otras manos la ineludible responsabilidad de entendernos a nosotros mismos, a nuestras innumerables circunstancias.
Quiero separar este estudio en una serie de grandes apartados, que, a la vez, serán los grandes interrogantes sobre los que pensar la propia existencia, esa asignatura pendiente de la mayoría de los pobladores de este minúsculo rincón del universo. A partir de ellos iré depositando día a día ideas y esbozos, mis humildes intentos de encontrar la imposible verdad.
ÍNDICE
I. EL DOLOR
II. LA COMPASIÓN
III. LA LUCHA
IV. LA DIGNIDAD
V. LOS DIOSES
VI. SER HUMANO
Poco a poco iré desarrollando cada apartda, aunque tal como están pueden valer para reflexionar, pensar y hacer pensar. Si pongo la mente de otros en marcha, ya me daré por satisfecho. Tenemos que vencer también el virus de la irracionalidad, de los miedos y los odios gratuitos. Yo hago lo que puedo: en vez de insultar, pensar.
I. EL DOLOR
1. El mundo es un infierno en su origen y en su final. Como un brevísimo episodio de su transcurso intermedio aparece el ser humano y su historia. No más que un suspiro dentro de esa inmensidad, del que solo apenas vamos conociendo su principio y atisbamos sobrecogedoramente su final.
2. La vida es un fracaso; pero no un fracaso relativo, ni parcial. La vida de cualquier ser es un fracaso total, y lo es, porque estar destinado a la desaparición es el desengaño absoluto, el chasco definitivo.
3. Todo lo que existe en el mundo se desgasta, corrompe y desaparece. No solo ocurre con los seres vivos, también le sucede a los inanimados. Todo es frágil y efímero. Todo está movido por la entropía, es decir, el desorden y el caos. Todo está sometido al movimiento, incluso lo que no parece moverse, y ese movimiento significa y supone el desgaste, la erosión, el deterioro y la aniquilación
4. El ser humano es el único viviente que es capaz de pensarse a sí mismo, y como una consecuencia de esa conquista, pensar y presentir la eternidad. Es, pues, el único ser capaz de entender su carácter episódico y transitorio y el de todo cuanto le rodea. Algo estimable y noble, pero también terrorífico y sobrecogedor.
5. Por eso el ser humano es el único en el que el dolor, además de la dimensión física, psicológica y moral, tiene una calidad metafísica. Le duele, sobre todas las heridas materiales, una que no puede controlar y ante la que no caben lenitivos: su finitu
6. La vida es, sobre todo, dolor, es sufrimiento. Otra cosa es que, para sobrevivir con cierto nivel de dignidad, estemos engañándonos continuamente sobre nuestro lugar y destino. Duele nacer, duele crcer y duele vivir; no digamos morir.
7. Porque, al margen del dolor metafísico de saberse absolutamente vulnerable, el ser humano es un actor más en esa lucha inmisericorde en que consiste la vida. Una lucha sin piedad ni compasión, en la que rige una sola ley, la depredación y su consecuencia inevitable, el sufrimiento.
8. La felicidad existe. Consiste en la ausencia de dolor. El problema estriba en que éste, en cualquiera de sus múltiples manifestaciones, siempre está presente en nuestras vidas, más o menos atenuado, más o menos aceptado. De ahí los diferentes grados de bienestar. Disfrutarlos, más o menos, depende de cada uno.
9. La vida, entendida como dolor, no le quita ni un ápice de dignidad. Es la vida, es nuestra vida y es una obligación vivirla. El dolor forma parte de ella, y negarlo, es negar la propia vida.
10. El dolor es, pues, consustancial a la vida. Sin aquel no existe ésta. No puedes eludir aquel ni dejar de vivir por ser su esencia la que es. Aceptar esto es conformarse con la Naturaleza.
II. LA COMPASIÓN
11. Pero el dolor humaniza y tiene un efecto clave para el mantenimiento de nuestra especie y de la vida: la COMPASIÓN. El dolor enseña a condolerse, es un entrenamiento ineludible para alcanzar la empatía con los demás.
12. Al dolor metafísico de nuestra precariedad de seres contingentes, se añaden como dos corolarios de aquel, el dolor físico y el dolor moral. No digo que sean consecuencia, pero sí que conviven.
13. El dolor de cuerpo y el dolor del alma son dos caras de una misma moneda. Es el único y mismo dolor que se expresa de diferentes maneras. Y cada uno los percibirá en función de su educación y de sus creencias.
14. El dolor físico es nuestro más incansable e impertinente compañero de viaje. Con él llegamos a la vida, él nos acompaña, con él nos vamos. NO nos abandona nunca. Nótese que, como en todo, cada ser lo asume y lo siente a su manera, porque o que es insufrible para alguno, puede ser totalmente llevadero para otros.
15. El dolor moral tiene un agobiante efecto ambivalente: es envilecedor y vivificante. Degrada y humaniza. O embrutece o dignifica. O las dos cosas a la vez. Es paradójico y contradictori; absurdo y disparatado. Pero es.
16. Somos humanos porque nos duele la existencia. Al resto de los seres vivos solo les duele el cuerpo y, seguramente, el equivalente que tengan a lo que nosotros nos atribuimos como espíritu (ellos también se agobian y sienten la soledad y el desamparo), pero nunca se cuestionan ni por qué están aquí ni a qué obedece este absurdo o este misterio (allá cada cual).
17. Partimos pues de una base firme: la vida duele; y así debe ser, dada nuestra condición precaria y contingente. Si no te duele la vida, algo va mal. Has de temer que no la estás viviendo de verdad.
18. El dolor metafísico, el dolor físico, el dolor moral son los tres pilares sobre los que se asienta la grandeza del ser humano. Su humanidad proviene y mana de su precariedad, de su transitoriedad, de su fragilidad.
19. A lomos del placer (antónimo del dolor) no se construye nada que sea sólido. Solo liviandad insustancial. Porque nuestra sustancia se arraiga en el dolor, en él encuentra nuestra naturaleza su verdadero significado, su auténtica autenticidad.
III. LA LUCHA
20. Ser humano, hacerse humano, consiste en fundar sobre los pilares del dolor un proyecto de vida consistente y digno. Eso convierte a la LUCHA en el verdadero motor de la existencia. Sin dolor, sin precariedad, no haría falta la brega, el combate contra lo que nos rodea y nos amenaza.
21. Porque lo que nos rodea siempre es hostil. Nada le es fácil a ningún ser y, por supuesto, al ser humano: desde fuera, tropiezos, fronteras, inconvenientes, óbices, obstáculos, barreras.
22. Y desde dentro, la desazón permanente de quien siempre es un ser inacabado, incompleto, en permanente estado de precariedad. Que presiente el todo y está predestinado a la nada.
23. La adversidad, pues, exige la lucha, al esfuerzo permanente, la continua necesidad de adaptación frente al medio y frente a ese uno mismo que nunca se sabe bien en qué punto de su perpetuo desarrollo se encuentra. Porque uno nunca deja de crecer, nunca deja de cambiar.
24. Pero esa temporalidad, esa transitoriedad, esa misma interinidad conlleva una apasionante apertura a la grandeza. Por ser voluble, es maleable, por ser cambiante es ajustable. Y lo mismo que puede acomodarse (es lo común) también puede elevarse, emerger, subir y trasponerse.
25. El ser humano es un ser noble porque es capaz de enfrentarse desde su pequeñez a la inmensidad de impedimentos que lo acechan. Capaz de avanzar y superar montañas; seguir y traspasar fronteras.
26. Y en esa lucha imposible, dada nuestra inconsistencia, muestra su heroicidad y surge de su interior el gladiador indomable capaz de enfrentarse al ejército de gigantes violentos que lo cercan. Sin miedo, con miedo o, incluso, venciéndolo también a él.
27. Cada uno, desde su grado de mezquindad o de grandeza, enfrenta los temibles retos que va encontrando en el camino. Desde la mezquindad, con miedo y trampeando: desde la grandeza, con indiferencia ante el peligro y con arrojo frente a los obstáculos.
28. Pero estos es imposible eludirlos; están ahí, forman parte del contexto. Unos los enfrentan huyendo y otros plantando cara, poniendo el pecho donde los otros ponen la espalda. Así es y suponen ambas actitudes un indicio de la calidad humana que cada uno atesora.
29. Que la vida es lucha no es ninguna metáfora, aunque pudiera serlo. Cada ser vivo tiene suficiente experiencia de que eso es así, de que su existencia depende del combate diario ante lo que lo rodea.
30. Vivir es luchar; luchar es vivir. La vida consiste en luchar; sin combate no hay vida. Quien no lucha no vive; todo el que prescinde de la lucha deja de vivir.
31. La vida es un combate; es aquel combate que hay que librar sin remedio, ineludiblemente. Si no lo haces, no sobrevives; estás condenado a desaparecer o a no ser, que viene a ser, más o menos, lo mismo.
IV. LA DIGNIDAD
32. En la lucha se ganan batallas , a través de éstas, la guerra de la supervivencia. Pero, sobre todo, se adquiere dignidad, se gana nobleza, respetabilidad, humanidad.
33. Porque solo se es digno si se es uno, si se vive con la propia vida, si se es de verdad. En suma, si estar coincide con ser. Si uno es quien es, sin apariencias ni alharacas. Si uno dispone de una vida auténtica.
34. La vida inauténtica es la consecuencia de vivir con los sueños de otros, con las ideas de otros, con los valores de otros. Es algo así como vivir una vida ajena. Prescindir del deber de vivir la propia vida. Esta inautenticidad es el mal de nuestro tiempo.
35. Para ser auténticos, hay que pelear con las propias armas. Solo adquieren dignidad quienes se enfrentan a la vida pertrechados con sus propias herramientas, quienes se enfrentan al destino con sus propios medios.
36. Y quienes se revuelven contra la maldad, contra los abusos, contra las arbitrariedades, contra las injusticias, contra los atropellos, que acarrea la inautenticidad de la mayoría. Desde cualquier ideología, desde cualquier creencia, se puede ser inauténtico. Lo aclaro para eludir matices políticos, que ahora no vienen al caso.
37. Solo son dignos quienes padecen y asumen el dolor de los otros, las miserias de los otros, el sufrimiento de los demás. Ser humano es ser digno de merecerlo a través del encuentro sincero y transparente con los que viajan en el mismo barco.
38. Quien se queda en la orilla, quien no se compromete, quien elude su responsabilidad de ser humano, prescinde voluntariamente de la dignidad.
V. LOS DIOSES
39. El dolor humaniza y dignifica; nos aleja de los dioses y nos acerca a los héroes. La compasión nos hace humanos, seres sociales y auténticos. La lucha nos engrandece, nos hace vivir y nos carga de dignidad. La dignidad confirma nuestra humanidad.
40. Dios, los dioses, no sufren, no padecen, no lloran ni sienten; no ríen ni gozan. Esos son sentimientos que no les corresponden. Ellos son abstracciones, conceptos que viven en otras mentes: fuera de sí, inauténticos.
41. El que siente, sufre y padece es el ser humano y todos los seres que lo acompañan en esta extraña (o maravillosa, o absurda, o como cada cual quiera calificar) singladura.
42. Los dioses no necesitan ni exigen sacrificios, ni oraciones, ni plegarias. ¿Qué pueden esperar ellos de ese ser insignificante que los adora? No esperan nada, ni nada necesitan. Este axioma es válido prescindiendo, incluso, del debate de su existencia
43. Lo que está claro es que si no hubiera seres humanos no habría dioses. Ellos nos necesitan. Un mundo sin alguien que los pensara los dejaría en el limbo, en la precariedad de la inexistencia.
44. Los dioses aparecen cuando las criaturas descubren su labilidad, la inestabilidad de la humana condición y naturaleza. Somos frágiles, precarios, perecederos y por eso necesitamos recogernos en un seno sagrado, en un sr sólido, permanente y eterno.
45. Los dioses no son más que proyecciones de las virtudes, de las excelencias que el ser humano es incapaz de atesorar, de administrar.
VI. SER HUMANO
46. Es en ese contexto cruento e implacable donde ha de desenvolverse el ser humano, con su precariedad y sus sueños; su endeblez sustancial, sus ilusiones y sus esperanzas.
47. A todo ello se une nuestra condición de seres inacabados e inacabables. A lo largo de nuestra vida nos vamos haciendo, pero nunca terminamos esa tarea, sencillamente, porque es un proyecto abierto, que solo la muerte trunca, pero que nada completa.
48. Por todo lo anterior y por todo lo que supone nuestra condición y nuestra lucha, desde nuestra íntima miseria, desde nuestra inagotable nobleza, el ser humano merece un permanente canto a su grandeza, una oda a su excelencia.
49. La humana condición , la verdadera, la auténtica, y todo lo que ello supone , merecen nuestro ingenuo y venerable homenaje, nuestro propio reconocimiento de que merece la pena luchar por ella, pelear por su conquista.
50. Ser humano, meta y camino. Objetivo ineludible, fin inevitable.